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sábado, 22 de octubre de 2011

PreSección 7C del Departamento 9-36


Allí me encontraba yo, junto a aquel papel que certificaba mi muerte. Aún no podía creerlo.
-Esto es todo... –me dije abatido mientras desistía de encontrar alguna cláusula que se me pudiese haber pasado, algún resquicio para reclamar o rescindir el contrato. –Vaya...
Levanté los ojos del certificado y me encontré con la mirada de compasión de mi asesor legal. No quería hablar con él. Aún no me hacía a la idea.
-Me temo que no hay otro modo –dijo con paciente cortesía cuando intenté dejar el tema para otro momento- Cuanto antes se desprenda lo que le ata a su pasado, antes podremos legalizar su situación.
Todo era un mero trámite burocrático. Acababa de descubrir que estaba muerto y  ya me tocaba arreglar papeles.
-En primer lugar, ha de rellenar su “Petición de Nueva Identidad “, el impreso C-31. Como usted ha sido admitido, dado su buen comportamiento, en la sección 7C del Departamento 9-36, podrá escoger entre las opciones que barajó en el sótano. Cuando lo tenga, nos lo ha de traer lo antes posible y procederemos a...
Desconecté en ese momento cuando por la puerta de la oficina lo vi entrar.  Me levanté dejando a mi asesor aún hablando y me dirigí rápidamente hacia él... En cuanto me reconoció puso mala cara y trató de ocultarse entre el resto de individuos que esperaban en la cola a ser atendidos.
-¡No te escondas! –grité atrayendo así la atención de todos los de alrededor, que comenzaron a mirar con curiosidad- ¡Que te he visto!
El hombre apareció con la cabeza gacha de entre la multitud.
-¡Mire, mire! - grité a mi asesor-  ¡Fue él el que me asesinó!
Todos miraron asombrados a aquel individuo y se apartaron de él con cierto temor. Mi asesor se acercó corriendo.
-¿Estás seguro? –me preguntó con seriedad poniéndose a mi lado – Según el reglamento, no debería estar aquí. Somos bastante escrupulosos con estos temas. Los asesinos suelen ser destinados a la sección 13-G, como mucho la 76-M, y con todo, procuramos que no tengan trato con sus víctimas antes de destinarlos a una nueva identidad, en algunos casos...
El resto de su explicación se perdió bajo el sonido estridente de unas alarmas que comenzaron a sonar. Se encendieron unas luces similares a las de los coches de policía y entraron en la sala de la oficina unos agentes.
-¡No se mueva! –gritó uno de ellos apuntando con su arma a mi asesino. Él rápidamente extrajo un detonador de su chaqueta y, sin más, lo pulsó.
-¡Qué despropósito! –escuché articular a mi asesor en la milésima de segundo que tuvimos tiempo de reaccionar.

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