Allí me encontraba yo, junto a
aquel papel que certificaba mi muerte. Aún no podía creerlo.
-Esto es todo... –me dije abatido
mientras desistía de encontrar alguna cláusula que se me pudiese haber pasado,
algún resquicio para reclamar o rescindir el contrato. –Vaya...
Levanté los ojos del certificado
y me encontré con la mirada de compasión de mi asesor legal. No quería hablar
con él. Aún no me hacía a la idea.
-Me temo que no hay otro modo
–dijo con paciente cortesía cuando intenté dejar el tema para otro momento-
Cuanto antes se desprenda lo que le ata a su pasado, antes podremos legalizar
su situación.
Todo era un mero trámite
burocrático. Acababa de descubrir que estaba muerto y ya me tocaba arreglar papeles.
-En primer lugar, ha de rellenar
su “Petición de Nueva Identidad “, el impreso C-31. Como usted ha sido
admitido, dado su buen comportamiento, en la sección 7C del Departamento 9-36,
podrá escoger entre las opciones que barajó en el sótano. Cuando lo tenga, nos lo ha de traer lo antes posible y procederemos
a...
Desconecté en ese momento cuando
por la puerta de la oficina lo vi entrar.
Me levanté dejando a mi asesor aún hablando y me dirigí rápidamente
hacia él... En cuanto me reconoció puso mala cara y trató de ocultarse entre el
resto de individuos que esperaban en la cola a ser atendidos.
-¡No te
escondas! –grité atrayendo así la atención de todos los de alrededor, que
comenzaron a mirar con curiosidad- ¡Que te he visto!
El
hombre apareció con la cabeza gacha de entre la multitud.
-¡Mire,
mire! - grité a mi asesor- ¡Fue él el
que me asesinó!
Todos
miraron asombrados a aquel individuo y se apartaron de él con cierto temor. Mi
asesor se acercó corriendo.
-¿Estás
seguro? –me preguntó con seriedad poniéndose a mi lado – Según el reglamento,
no debería estar aquí. Somos bastante escrupulosos con estos temas. Los
asesinos suelen ser destinados a la sección 13-G, como mucho la 76-M, y con
todo, procuramos que no tengan trato con sus víctimas antes de destinarlos a
una nueva identidad, en algunos casos...
El resto
de su explicación se perdió bajo el sonido estridente de unas alarmas que
comenzaron a sonar. Se encendieron unas luces similares a las de los coches de
policía y entraron en la sala de la oficina unos agentes.
-¡No se
mueva! –gritó uno de ellos apuntando con su arma a mi asesino. Él rápidamente extrajo
un detonador de su chaqueta y, sin más, lo pulsó.
-¡Qué
despropósito! –escuché articular a mi asesor en la milésima de segundo que tuvimos
tiempo de reaccionar.
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