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sábado, 22 de octubre de 2011

Els Quatre Gats


Pasamos por la puerta de Els Quatre Gats y por el típico impulso poético –básico y elemental- entramos a desayunar.  Pan de payés con tomate y aceite de oliva. Una delicia.
-Siempre andas con las mismas, tío… -me reprochaba mi colega, Julio, mientras se comía también mi pa torrat y yo me entretenía en escribir una humilde poesía en una servilleta de papel.
-Hombre, ya que estamos…
Era bastante arcaica y sencilla: sobre el espíritu artístico y “bobadas literarias” como las describió mi amigo.
-La otra vez ya viste…  -parando para masticar- Menuda gracia cuando pensaban que estabas robando…
Fue excesivo, pero valió la pena. Era un museo de un pueblecito en Montpellier, siguiendo nuestra ruta desde Cannes, por el sur de Francia, de vuelta a España. En su mayoría eran acuarelas de un artista del propio pueblo, orgullo de sus habitantes, y pensé que podría pasar un dibujillo mío a la posteridad por el camino rápido y sin reconocimientos.
Subimos al albergue –acogedor, cabe decir- y en una hoja de papel arrugado hice mis cuatro trazos de rigor. Bajamos al prix unique  y con un pequeño marco pensé que daría el pego. En la parte de detrás coloqué la dirección del blog. No me parecía un delito –de hecho no lo era- y no consideré peligrosa esa seña.
Y allí estábamos. Mientras  mi colega  trataba de entenderse con el encargado del museo, un “señor mayor muy francés” que parecía odiar el arte,  me deslicé admirando las obras y dándome aspavientos bohemios. Hasta que lo vi, era el lugar perfecto. Un vacío en la pared, junto a los cuadros, y con el cáncamo ya colocado. Era una oportunidad única, no podía desaprovecharla. 
Estaba ya colgando mi obra, justo, en el momento exacto, satisfecho conmigo mismo y colocando el cuadro recto,  cuando oigo una voz ronca a mi espalda, en francés, de un señor mayor, y a Julio gritándome “¡Corre, tío! ¡Corre! “. Lo último que recuerdo era al abuelo corriendo por la plaza mientras nos perdíamos entre las callejuelas camino del albergue. Mandamos a María a reconocer el museo antes de largarnos por el Languedoc rumbo a Catalunya. El cuadro había sobrevivido, de hecho, tengo fotos que lo atestiguan. Venerdi 1, Señor mayor muy francés 0.
-Hombre, esto es mucho más inocente.  –justificaba mi poemilla en la servilleta- Como mucho me acusan de “antiecologista” por destruir el amazonas con tan humilde y desgraciada idea…
-Bah, no te des esos aires… Anda, paga tú, que me he dejado la cartera en el hotel…
Firme la servilleta con Venerdi y la dirección de una web por la que me dejo caer y la dejé sobre la silla en la que había estado.
-Bueno, ya que me has aguantado…
Fui a pagar mientras Julio salía de Els Quatre Gats, cuando me di cuenta de que tampoco llevaba la cartera.  Tras un momento de tensión y mientras notaba una gota de sudor frío recorriendo mi sien... Opté por la solución más rastrera… No me juzguéis.
-¡Corre, Julio! –grité mientras salía corriendo de Els Quatre Gats. -¡Corre!

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