Este blog es el punto de encuentro de mi actividad literaria en la web. Mis proyectos:
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domingo, 23 de octubre de 2011
Sensación de libertad
-¿No te da como sensación de libertad? – le preguntó ella mientras abría sus brazos al viento y dejaba que la brisa invernal la rodeara. La playa estaba desierta y una tormenta parecía amenazar con tragárselo todo: el mar, la arena, los apartamentos.
sábado, 22 de octubre de 2011
He tenido una pesadilla
-Sabes, siempre pensé que me suicidaría –susurró con total
naturalidad.
-¿Por qué dices eso? –le preguntó ella, girándose en la cama
para mirar su perfil.
-Porque me doy cuenta de que nunca me habría atrevido a
hacerlo –dejó que el aire lo respirara lentamente, giró la cabeza y
ambos se miraron–. Estoy acojonado –dijo en un hilo de voz-. No me sueltes la mano, por favor, no me
sueltes... –comenzó a arrugársele la barbilla mientras unas lágrimas escapaban
de sus ojos y empezó a llorar desconsoladamente- No me sueltes, Giulia, no me
sueltes...
-Nene, no llores, tranquilo –se acercó a darle un beso-, no
me voy a separar de tu lado –entonces descubrió que también quería llorar, pero
no podía.
En la habitación del hospital ya no quedaba nadie más que
ellos
-No quiero morir en un hospital, Giulia, no quiero.
Ella no contestó. No podía hacer nada. Le apretó la mano con
más fuerza y los latidos de Marc comenzaron a acompasarse hasta que finalmente se
durmió.
Giulia se levantó de la cama lentamente y se asomó a la
ventana. Daba a la fachada principal por lo que podía ver la ciudad como una
sábana de estrellas sobre el valle. A lo lejos podía ver su casa, casi en las
afueras; el instituto en el que se habían conocido, mucho más abajo; la iglesia
en la que se habían casado. Se apoyó en el marco de la ventana como si se
agarrara a un mástil de un barco a la deriva. Se giró para ver a Marc. Podía
escuchar la máquina que lo hacía respirar y cómo su pecho subía y bajaba
artificialmente.
-Madre mía, cómo roncas... –le recriminaba con un beso
aquella mañana.
-Bueno, bueno, tú ya sabes cómo van esas cosas. Además, ya
lo sabías. Ahora –dijo levantando el dedo anular de su mano izquierda–, ahora
ya no puedes hacer nada –dijo con una carcajada.
-Hasta que la muerte nos separe ¿No? –sentenció Giulia
siguiendo la broma y abalanzándose sobre él. Comenzó a besarle- ¡Entonces,
tendré que matarte!
Volvieron a hacerlo y estuvieron toda la mañana durmiendo en
la habitación del hotel abrazados.
-Ah, acércate, Giulia, he tenido una pesadilla –susurró cuando
se despertó.
Ella se pegó aún más a su cuerpo en la cama.
-Estábamos en un hospital –comenzó a relatar.
-Estamos en un
hospital, Marc –contestó suavemente Giulia.
-Sí... pero... me
estaba muriendo y... –miró a su alrededor y se descubrió en la habitación del
hospital-. Entonces... Entonces soñaba con el día en que nos casamos...
Giulia le cogió de la mano de nuevo y empezó a dar vueltas
al anillo en el dedo anular de Marc. Sabía que a él le encantaba.
-Cógeme la mano, Giulia, cógeme el anillo. –suplicaba
sollozando Marc.
Giulia, sin entender, movió más rápido el anillo y Marc
volvió a susurrarle en voz aún más baja que girara el anillo.
Ella se dio cuenta de que él ya no sentía su mano. Acercó su
cara a la de él y llorando le pegó la nariz a su mejilla.
-¿Giulia, te casarás conmigo? –susurró Marc ya desde muy
lejos.
2. Cuando Giulia interpretaba
La vida en tu teatro. Cuando Giulia interpretaba.
Este relato es una continuación cronológica no dependida ni dependible -no dependiente- del relato "El vacío insondable y anónimo". Se pueden leer de forma independiente, si bien este relato complementa y, quizá, justifique el anterior. -o quizá pueda destrozar definitivamente al primero. Ambos forman la serie "La vida en tu teatro".
Este relato es una continuación cronológica no dependida ni dependible -no dependiente- del relato "El vacío insondable y anónimo". Se pueden leer de forma independiente, si bien este relato complementa y, quizá, justifique el anterior. -o quizá pueda destrozar definitivamente al primero. Ambos forman la serie "La vida en tu teatro".
Dedicado a Teodoro Bama, Lazaro , _None_ y VV.AA -aunque posiblemente odie la continuación- compañeros de TusRelatos.com, cuyos comentarios en "El vacío insondable y anónimo" me animaron a escribirlo.
"Dejar de vomitar para regresar a su personaje original, el que actuaba durante más tiempo en su día a día"
Hacía meses que no sabía nada de ti, creo que tardé tiempo en darme cuenta de que te habías ido, o quizá no quise asumirlo. A aquel hotel de carretera en el que hacía dos años y medio que nos encontrábamos, seguí yendo a dormir todos los días múltiplos de 4 excepto los múltiplos de 8. Tú y tus juegos.
-Me encantan los números primos –me decía mientras preparaba la selectividad a la mañana siguiente. –Son tan impredecibles...
-Impredecibles–repetía mientras me desperezaba y la ubicaba en la habitación: estirada sobre la cama, con los pies en la almohada, junto a mi cabeza. –Podías vestirte y traerme café anda...
-¿Sabesque no existe ninguna forma para saber cuándo aparece un número primo?–continuaba sin apenas escucharme.
Al final terminaba por vestirme y cuando iba a salir se emperraba en que la esperara y bajásemos a desayunar juntos a la cafetería. Sabes que lo odiaba. Entrábamos en el hotel lo más tarde posible para pasar desapercibidos y me hacías bajar a la cafetería a media mañana y tú cargada con tu mochila de libros.
-No,dentro de cuatro días no. –me corregías con malicia- Es día 16. –y ello lo zanjaba todo. No valía la pena discutirlo.
Haber quedado más noches podría haber levantado sospechas y entre los días que pasábamos juntos en el teatro, los ensayos y esas pocas noches teníamos suficiente.
-Tampoco están sus padres. –Le comentaba a Julio sin entender bien qué estaba ocurriendo.
-Venga, no te preocupes –me consolaba Julio sin conseguirlo.
-Ninguno de los vecinos sabe nada de la familia.
De repente la obra había dado un giro o quizá faltaban hojas al libreto o quizá me había limitado a perder la página por la que iba y regresar a las páginas en las que ella aún no era actriz protagonista ni directora en mi función.
Habiendo descubierto su ausencia, una noche, decidí entrar a su piso forzando la puerta.No había nada. No quedaba nada. Si algún día Giulia había existido y había vivido allí, el piso no delataba si quiera su perfume, su paso por aquel escenario vacío.
-¿Y por qué los pares? –inquiría cada cierto tiempo.
-Los números impares son más feos. –me contestaba con naturalidad.
-¿Yel número 8?
-Es feo.
¿Y sus múltiplos?
-También.
Me limitaba a mirarla y ella sonreía. No era un capricho suyo sino que formaba parte del guión. No era necesario justificarlo, tan sólo había que aprenderlo y recitarlo. El dramaturgo lo había querido así. Seguía unas directrices, era posible encontrar una lógica matemática: múltiplos de 4 excepto los múltiplos de 8, aunque ello no lo justificase, aunque pareciese no sostenerse por sí mismo.
-Como los números primos. –afirmaba y parecía dejarlo todo claro.
No dejaba de preguntarme qué razones la habían llevado a desaparecer o quizá a que yo dejase de encontrarla. Quizá me había olvidado de inventarnos. De escribir –demiúrgico- que existíamos y actuábamos.
Cuando me ponía a trabajar en el relato semanal me recreaba en su ausencia, era como un cáncer, un proceso degenerativo a la espera de llegar el fallo multiorgánico. Conseguía aprehender el sentimiento, analizarlo, saber qué era,cómo lo sentía, pero había perdido toda la capacidad de utilizarlo y crear, transponerlo.
-La inversa de la transpuesta... –susurraba para ayudarme. No sabía qué significaba. Se lo había escuchado a Giulia mientras ella estudiaba para la selectividad. –La inversa de la transpuesta...
El teatro se había invertido y transpuesto. Ahora yo formaba parte del público.Desde el centro del patio de butacas miraba todos los asientos a mi alrededor en los que esperaba encontrarla ya que no la encontraba sobre el escenario. Una actriz que no era Giulia hacía ahora de Giulia cuando Giulia interpretaba.
-Perdona. La otra actriz, Giulia Oliveiri, ¿me puedes decir dónde puedo encontrarla?
-¿No te gusta como actúo? –me contestó aquella Giulia que no era Giulia. No le contesté y continuó hablando. -Ha vuelto con su familia a Milán, por un tratamiento.
“Deux ex...” pensé.
Me quedé mirándola sin saber qué hacer. Me preguntó si me encontraba bien. Y pensé que no, pero no dije nada. Volvió a preguntármelo y creí haber contestado que no, pero no era así.
-¿Tú eres Gonzalo? –me preguntó para terminar de destruirme mientras salíamos del teatro.
-Se ha ido, Julio. –Le informaba- Se ha ido y no me dijo nada de lo que pasaba.
-No querría preocuparte. –Me consolaba de nuevo Julio sin conseguirlo- ¿Porqué no la llamas por teléfono?
Recuerdo que aquella noche regresé al hotel. Era múltiplo de 8 y sabía que allí no la encontraría. En la habitación me acordé de aquella otra noche, tras el primer pase de su segunda obra. Acabábamos de hacerlo y con infantil malicia regresó al tema que aquel día yo debía interpretar y ella obligarme a que lo interpretara.
-No creo que mi padre lo siga haciendo con mi madre. –te soltaste nada más volver del baño.
-No sé si quiero saberlo...
-Nunca los he escuchado. –me sonreíste mientras buscabas entre las sábanas- Es como si tú no tuvieras 46 años...
-Los tengo, más del doble que tú –solté bruscamente- Cuando me muera aún tendrás tiempo de pervertir a algún niñato, Maggie.
-Tú nunca vas a morir para mí –dijo seriamente.
No sabía que contestarle. La abracé en silencio y dejé que llorara.
-¿Verdad que la obra ha sido espléndida? –murmuraba entre sollozos.
De nuevo comenzó a actuar y volvimos a hacerlo.
Tomé el teléfono de la habitación del hotel y llamé al número que me había facilitado aquella falsa Giulia a la salida del teatro.
-Buon giorno, -comencé, agotando todos mis recursos de italiano - ¿Está Giula Oliveiri?
-¿Quién llama?
-Soy el director del teatro–mentí- para saber qué tal se encuentra nuestra actriz principal.
-Lo siento, pero Giulia murió ayer. Tampoco se pudo hacer nada para salvar el niño.–comenzó a llorar- Si me disculpa... –y colgó.
No te dio tiempo, Giulia. Y a mí tampoco.
Regresé a mi piso y me puse a rebuscar entre mis papeles. Estaba intacto desde aquella noche en que te conocí, Giulia, nunca había sido capaz de terminar aquel relato sobre un suicidio o un asesinato o qué sé yo de qué trataba.
Me senté a escribir porque todo volvía a ser como antes, ahora que podía pensar en que había existido un antes, ahora que todo se había acabado. Llegaron las tres de la noche a mis seis de la mañana y bajé a tirar la basura para no encontrarte borracha tirada en el zaguán.
No nos dio tiempo Giulia, por más que te esforzaste en darte prisa. Te fuiste sabiendo que ya se había acabado el tiempo. Te fuiste llevándote lo mejor que había hecho en mi vida, que había sido todo lo que te había robado desde tus dieciséis años. Pero no te dio tiempo. No era tanto actuar la obra de teatro como el propio hecho de haberla actuado. Dejar algo, en fin, la certeza de crear algo que nos sobreviviría.
1. El vacío insondable y anónimo
“Hoy me acuerdo de inventarnos. De escribir -demiúrgico- que existimos y actuamos.”
Siempre tuve la sensación de lo nuestro era un teatro. El attrezzo –me ha encantado el acento italiano con el que me describías tus prolegómenos del desastre era impecable, al igual que la actuación de los figurantes. Ni una risa. Ni una toma en falso. Era un teatro, sin duda, y aquel día me tocaba hacer de tu antagonista...
Este relato forma parte de la recopilación "Sin respiración" publicada por Laboratorio Editorial TusRelatos SL. Para leerlo puedes comprar el ebook en Amazon haciendo clic sobre la imagen:
Siempre tuve la sensación de lo nuestro era un teatro. El attrezzo –me ha encantado el acento italiano con el que me describías tus prolegómenos del desastre era impecable, al igual que la actuación de los figurantes. Ni una risa. Ni una toma en falso. Era un teatro, sin duda, y aquel día me tocaba hacer de tu antagonista...
Este relato forma parte de la recopilación "Sin respiración" publicada por Laboratorio Editorial TusRelatos SL. Para leerlo puedes comprar el ebook en Amazon haciendo clic sobre la imagen:
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PreSección 7C del Departamento 9-36
Allí me encontraba yo, junto a
aquel papel que certificaba mi muerte. Aún no podía creerlo.
-Esto es todo... –me dije abatido
mientras desistía de encontrar alguna cláusula que se me pudiese haber pasado,
algún resquicio para reclamar o rescindir el contrato. –Vaya...
Levanté los ojos del certificado
y me encontré con la mirada de compasión de mi asesor legal. No quería hablar
con él. Aún no me hacía a la idea.
-Me temo que no hay otro modo
–dijo con paciente cortesía cuando intenté dejar el tema para otro momento-
Cuanto antes se desprenda lo que le ata a su pasado, antes podremos legalizar
su situación.
Todo era un mero trámite
burocrático. Acababa de descubrir que estaba muerto y ya me tocaba arreglar papeles.
-En primer lugar, ha de rellenar
su “Petición de Nueva Identidad “, el impreso C-31. Como usted ha sido
admitido, dado su buen comportamiento, en la sección 7C del Departamento 9-36,
podrá escoger entre las opciones que barajó en el sótano. Cuando lo tenga, nos lo ha de traer lo antes posible y procederemos
a...
Desconecté en ese momento cuando
por la puerta de la oficina lo vi entrar.
Me levanté dejando a mi asesor aún hablando y me dirigí rápidamente
hacia él... En cuanto me reconoció puso mala cara y trató de ocultarse entre el
resto de individuos que esperaban en la cola a ser atendidos.
-¡No te
escondas! –grité atrayendo así la atención de todos los de alrededor, que
comenzaron a mirar con curiosidad- ¡Que te he visto!
El
hombre apareció con la cabeza gacha de entre la multitud.
-¡Mire,
mire! - grité a mi asesor- ¡Fue él el
que me asesinó!
Todos
miraron asombrados a aquel individuo y se apartaron de él con cierto temor. Mi
asesor se acercó corriendo.
-¿Estás
seguro? –me preguntó con seriedad poniéndose a mi lado – Según el reglamento,
no debería estar aquí. Somos bastante escrupulosos con estos temas. Los
asesinos suelen ser destinados a la sección 13-G, como mucho la 76-M, y con
todo, procuramos que no tengan trato con sus víctimas antes de destinarlos a
una nueva identidad, en algunos casos...
El resto
de su explicación se perdió bajo el sonido estridente de unas alarmas que
comenzaron a sonar. Se encendieron unas luces similares a las de los coches de
policía y entraron en la sala de la oficina unos agentes.
-¡No se
mueva! –gritó uno de ellos apuntando con su arma a mi asesino. Él rápidamente extrajo
un detonador de su chaqueta y, sin más, lo pulsó.
-¡Qué
despropósito! –escuché articular a mi asesor en la milésima de segundo que tuvimos
tiempo de reaccionar.
Els Quatre Gats
Pasamos por la puerta de Els Quatre Gats y por el típico
impulso poético –básico y elemental- entramos a desayunar. Pan de payés con tomate y aceite de oliva.
Una delicia.
-Siempre andas con las mismas, tío… -me reprochaba mi colega,
Julio, mientras se comía también mi pa torrat y yo me entretenía en escribir
una humilde poesía en una servilleta de papel.
-Hombre, ya que estamos…
Era bastante arcaica y sencilla: sobre el espíritu artístico
y “bobadas literarias” como las describió mi amigo.
-La otra vez ya viste…
-parando para masticar- Menuda gracia cuando pensaban que estabas
robando…
Fue excesivo, pero valió la pena. Era un museo de un
pueblecito en Montpellier, siguiendo nuestra ruta desde Cannes, por el sur de
Francia, de vuelta a España. En su mayoría eran acuarelas de un artista del
propio pueblo, orgullo de sus habitantes, y pensé que podría pasar un dibujillo
mío a la posteridad por el camino rápido y sin reconocimientos.
Subimos al albergue –acogedor, cabe decir- y en una hoja de
papel arrugado hice mis cuatro trazos de rigor. Bajamos al prix unique y con un pequeño marco pensé que daría el
pego. En la parte de detrás coloqué la dirección del blog. No me parecía un
delito –de hecho no lo era- y no consideré peligrosa esa seña.
Y allí estábamos. Mientras mi colega trataba de entenderse con el encargado del
museo, un “señor mayor muy francés” que parecía odiar el arte, me deslicé admirando las obras y dándome
aspavientos bohemios. Hasta que lo vi, era el lugar perfecto. Un vacío en la
pared, junto a los cuadros, y con el cáncamo ya colocado. Era una oportunidad
única, no podía desaprovecharla.
Estaba ya colgando mi obra, justo, en el momento exacto, satisfecho
conmigo mismo y colocando el cuadro recto, cuando oigo una voz ronca a mi espalda, en
francés, de un señor mayor, y a Julio gritándome “¡Corre, tío! ¡Corre! “. Lo
último que recuerdo era al abuelo corriendo por la plaza mientras nos perdíamos
entre las callejuelas camino del albergue. Mandamos a María a reconocer el museo
antes de largarnos por el Languedoc rumbo a Catalunya. El cuadro había
sobrevivido, de hecho, tengo fotos que lo atestiguan. Venerdi 1, Señor mayor
muy francés 0.
-Hombre, esto es mucho más inocente. –justificaba mi poemilla en la servilleta-
Como mucho me acusan de “antiecologista” por destruir el amazonas con tan
humilde y desgraciada idea…
-Bah, no te des esos aires… Anda, paga tú, que me he dejado
la cartera en el hotel…
Firme la servilleta con Venerdi y la dirección de una web
por la que me dejo caer y la dejé sobre la silla en la que había estado.
-Bueno, ya que me has aguantado…
Fui a pagar mientras Julio salía de Els Quatre Gats, cuando
me di cuenta de que tampoco llevaba la cartera.
Tras un momento de tensión y mientras notaba una gota de sudor frío
recorriendo mi sien... Opté por la solución más rastrera… No me juzguéis.
-¡Corre, Julio! –grité mientras salía corriendo de Els
Quatre Gats. -¡Corre!
En el infierno
Le llamaban Doc. Todos lo reverenciaban. A mí no me parecía gran cosa.
-¿Dónde estoy? – pregunté abriendo los ojos y recibiendo el impacto de
una terrible luz blanca proveniente de un foco en el techo. Era tan intensa que
apenas conseguía acostumbrarme a ella.
-Hola, veo que ya estás despierto –dijo una voz que situé a mi costado-
Pues en el caso de que estés en algún sitio, si
es que realmente estás, te diré que me temo que te encuentras en el
infierno. Si me lo permites, te mostraré nuestras instalaciones.
Era un hombre de unos cuarenta años pero lucía un cabello canoso y
peinado con elegante pulcritud hacia atrás, en una coleta de dos dedos en su
nunca. Me ayudó a incorporarme y poco a poco fui recobrando el sentido de
espacio y de tiempo. Me sentía terriblemente cansado, como si me hubiese pasado
un tren por encima.
La habitación era la típica de un hospital, sin embargo reinaba un
silencio extraño. No había enfermeros por ninguna parte y por los pasillos no
nos cruzamos con nadie.
-Bien, esta es la “Unidad de Suicidios” –me informaba aquel hombre
mientras me acompañaba a través de los distintos corredores- Aquí es donde
recibirás tu tratamiento.
Regresamos a la que al
parecer era mi habitación y aquel señor
tan amable tomó la ficha con mi medicación de la carpeta que había a los pies
de la cama.
-Mmm… -murmuró negando con la cabeza- Me parece que ha habido un error.
Debías haber llegado unos minutos antes…
-El tren se retrasó –indiqué- Atropelló a una vaca, a unos dos kilómetros
de la estación.
-¡Ah! –Asintió cerrando la carpeta y mostrando una sonrisa en los labios
que expresaba una dulce y elegante satisfacción- Entonces, todo correcto. Pasaré por la sección de
zoología a ver qué tal le va al animal. –Se dirigió a la puerta dispuesto a
marcharse.
-¡Espere! ¿Y usted quién es? –Le pregunté.
-Ah, espero que perdones mis malos modales. Aquí soy el jefe. Soy el Dr.
Fallen pero puedes llamarme por mi nombre: Ángel. Espero que su estancia aquí,
sea cuanto menos… inspiradora.
Sinceridad alcohólica
Fue una de esos momentos en los que la conversación invita a
más conversación. “Noches de barra libre” reímos cuando lo comentamos.
Sólo faltaba el humo del tabaco en aquel bar de las afueras,
del resto lo tenía todo: Sonny Boy de fondo en una versión sucia con The
Yardbirds, copas baratas, un murmullo que ocultaba nuestras estupideces y una
bonita camarera “Entre guarra y porcelana” dijiste casi doblado y teniendo la
temeraria precaución de soltártela cuando ella estaba cerca.
-Bah, bah, no me lo creo.
-Que sí hombre –me sinceraba a carcajadas- fue ella antes
que la mano.
Y tú encima de la silla, maldito cabrón, aplaudiendo
mientras derramabas el ron con fanta entre todos los del alrededor.
-No me habré matado yo a pajas antes de que me pagarais la
puta. –sentándote y dando un enorme trago.
-Hombre, el párkinson de tu mano derecha estaba haciendo
estragos en ti.
No me habré reído desde entonces recordando aquella
conversación plagada de nostalgia y confesiones, un poco de humor pero no más
refinado que cuando teníamos 18 años y te acompañamos a ver a “la Rafa”, mitad
mujer, mitad engendro.
-Que le mandé un ramo de rosas y todo, tío. -dijiste
socarrón.
-¿En san Valentín?
-No, no, tío, por carnaval…
No pude soportarlo y me caí de la risa a un costado. Qué
habría de verdad en todo aquello aún me lo pregunto. La camarera ya comenzaba a
estar harta de nosotros y los de alrededor empezaban a irse en nuestras tres de
la madrugada, a las 8 de la mañana, como desaparecen los cigarros de la
cajetilla. Los dos con el mono de tabaco engañándonos con ron o lo que cayese
al lado.
Sonaba Slow Walk en instrumental cuando la camarera solicitó
amablemente que nos largásemos de una puta vez. Te dio su número de tres cifras,
el 091, que te dejó más contento que un niño huérfano tras ser adoptado.
No llegamos a cruzar la calle y en el mismo banco frente al
bar nos quedamos dormidos. Nos despertó la policía con un comentario sobre que
ya éramos mayorcitos y sin decirnos ni adiós nos piramos cada uno en su cuesta
arriba a casa.
Una vez allí, por alguna extraña razón, me imaginé durmiendo
en el techo. Vomité y me fui a la cama. Miré mi mano derecha y terminé la noche
perdiendo la virginidad conmigo mismo, de nuevo, como quien con 14 años
descubre una diosa en la portada de una revista.
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