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lunes, 20 de agosto de 2012

Con Sugar



Salí destrozado del recital. El poeta invitado había hablado del pasar del tiempo, el mirar atrás, el darse prisa para no morir a mitad de un polvo.



-Ya ves. Yo no tendría ese problema –bromeé con Sugar- termino antes de empezar.

Nos largamos corriendo antes de que todos empezasen a salir. No tenía ganas de gente, no me apetecía nada. Una señora hizo amago de ir a preguntarnos la hora y la fulminé con la mirada.

-La pobre señora... –se reía Sugar.
 
-No te lamentes. ¿No la escuchabas toser en todos los poemas? No deberían haberla dejado entrar.

-¿No viste al portero ruso cachearla a la entrada? –se cachondeaba. –Se ve que le han confiscado varias navajas a la abuelita. Venía aquí con ganas de sangre... Anda, ¿Vamos a tomar algo? –propuso.

–A una cafetería que esté desierta, por favor.

-¿Prefieres que vayamos a mi casa? –sugirió una Sugar a la que se le transparentaban las intenciones.

-Hoy no tengo ganas. Sólo me apetece amor.

Nos fuimos a las afueras en busca de una cafetería que cumpliese todos mis requisitos de reclusión y soledad. Apenas hablamos por el camino. Sugar se entretenía mirando a los transeúntes y preguntándose de qué color llevarían la ropa interior o quién sabe qué pensaría, simplemente me gustaba imaginar que lo hacía.

El cafetero –como les llamaba Sugar- nos preguntó qué queríamos con un ademán de la cabeza.

-No, no, un café no. –me indicaba a Sugar- hazme el favor de no tomarte un café.

-¿Por? –le preguntaba ya resignado a que no me tomaría un café. Sugar tenía esas manías.

Al final terminé con un seco en la mano y un cigarrillo apagado en la otra. Sugar bebía un cóctel de color amarillo brillante. Se había cortado el pelo hacía un mes y hacía tres semanas lo había dejado con su novio. Me gusta imaginar que existe una relación, que el cambiarse el pelo era el preludio de lo inevitable. En cambio Lucía se cambiaba el color del pelo casi todas las semanas. “No es lo mismo” me decía, como si Lucía no se rigiese por las mismas leyes.

-¿Has visto a Lucía últimamente? –me preguntó como si me leyese el pensamiento. Nuestras miradas se cruzaron mientras me daba cuenta de que había estado analizándola– La última vez que la vi llevaba el pelo rojo. –recordaba mientras miraba en su cóctel tratando de descubrir qué bebía.

-Ahora está rubia. Aunque me dijo ayer que la próxima vez que la viese lo llevaría morado.

Se quedó en silencio y bajó la cabeza a la mesa hasta detenerse en mi mano izquierda.


-Veo que aún sigues con la manía del cigarro.

-Hay cosas que no cambian nunca. –sentencié mientras me ponía el cigarro apagado en los labios, daba una falsa calada y le guiñaba el ojo.


***
El relato muere aquí y yo me empeñé en maltratarlo.
***

-¿Y Giulia? –preguntó al fin mientras se ponía seria.

-En su casa, supongo.

-Ah, qué bien –repuso mirando hacia la calle –Lo mismo a esta hora aún no ha salido de la guardería...
Me dejó helado con su comentario. Sugar nunca había entenido lo de Giulia y lo cierto es que yo tampoco. Con Giulia no valía la pena entender nada. [Simplemente era ella: con sus dichosos números primos, sus tardes de estudiar para el instituto y mis formas de engañarme para no ver que era menor.]

Bebí lo que quedaba del whisky de un trago, saqué el dinero de la cartera y lo dejé sobre la mesa con un gesto cinematográfico.

-¿Para eso me has hecho venir aquí, Sugar? Toda la historia de ver el recital...

-No, no, perdona. –respondió.

-¿Perdona? El problema es que para ti eso es suficiente. ¿Por qué crees que lo dejamos, Sugar? ¿Por Giulia? – me alteré y me puse a mirarla fijamente mientras ella continuaba mirando por la ventana.

- En fin... -suspiré y me puse a dar vueltas al triste vaso vacío -como son tristes todos los vasos que han bebido whisky.

No contestó.

-Lo de Giulia vino después, Sugar.

No contestó.

Nos levantamos de la cafetería y poco a poco fui calmándome. Vagabundeamos por la ciudad y ella trató de cogerme de la mano. Yo ya no estaba de humor. En ese momento decidí que tomáramos el metro y la acompañé a casa.

-Ya nos vemos otro día –dije brusco mientras le daba dos besos y me largaba rápido antes de que tuviese tiempo de decir nada.

2 comentarios:

  1. Ya sabes, falta sexo...
    Es broma, me gusta el sabor agridulce que deja al leerlo. Es como muy (demasiado) real.

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  2. Falta sexo... En el próximo tendrá que haber. “Relatos sobre la fatalidad” llamé a esta serie de relatos. Supongo que es eso lo que quieres decir con el "muy (demasiado) real". Primer comentario del blog, hay cosas que Venerdi ni se merece.

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